Contabilidad emocional
Cuando hacemos balance de cómo nos relacionamos con los demás.
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Los seres humanos necesitamos relacionarnos y ya desde edades muy tempranas formamos parte de distintos grupos sociales. Esa conducta social es de gran impacto y está directamente relacionada con la calidad de vida que tenemos.
Relacionarse es establecer lazos con otras personas. Para que esto sea posible es imprescindible establecer una comunicación, tanto verbal como no verbal, que inicia un intercambio que puede ir desde una simple atención, hasta la implicación de profundos sentimientos.
Si estas relaciones son satisfactorias, nos sentiremos mejor con nosotros mismos, tendremos una visión más optimista del mundo, mejorará la capacidad de adaptación ante los cambios, y nos proporcionará una sensación de control sobre nuestra vida.
¿Me compensa? Rentabilidad emocional
Para sentirnos satisfechos tenemos que percibir los intercambios sociales como ‘rentables’. Igual que en economía, en las relaciones con los demás las cuentas deben estar equilibradas. Si percibimos que damos más de lo que recibimos, la relación decaerá poco a poco hasta terminar por apagarse.
En las interacciones sociales cada persona tratará de aumentar al máximo sus recompensas y reducir al mínimo sus costes. Se opera en base al principio de reciprocidad, y si no se percibe ese equilibrio la persona se sentirá descontenta y abandonará la relación.
Pero la valoración de estas ‘pérdidas y ganancias sociales’ no es igual para todo el mundo, depende de cómo la persona percibe e interpreta la conducta del otro, así como del contexto en el que se produce.
Nos comportamos con los demás según los percibimos. Así pues, reaccionaremos de una forma si una persona que valoramos consigue éxito, y lo atribuiremos a sus valores y cualidades internas. En cambio, si el mismo éxito lo consigue alguien que consideramos poco competente, lo atribuiremos a factores externos como la suerte o la ayuda que ha recibido de otros.
La importancia de las primeras impresiones
La primera impresión que nos formamos cuando conocemos a alguien se produce con mucha rapidez, a pesar de que se trata de un fenómeno bastante complejo. Es un proceso natural mediante el que se infieren características psicológicas de las personas a partir de su conducta y algún otro atributo.
Se generan deducciones a partir de señales o signos observados en ese primer momento, relacionándolos entre sí. Por ejemplo, si alguien está callado pensamos que es tímido, o si se muerde las uñas pensamos que es nervioso. Es decir, formamos una impresión global a partir de los datos que observamos en ese primer momento, por tanto, puede ser errónea, pero es muy difícil de cambiar.
Esta impresión influirá de manera significativa en la forma en que nos comportemos con la persona y en lo que esperemos de ella. Algunos aspectos favorecerán que tengamos en cuenta unas señales más que otras a la hora de configurar esa primera impresión.
Por un lado, la expectativa de la que se parte, vemos lo que esperamos ver, evaluamos lo que esperamos encontrar. Por otro lado, también influye nuestro estado de ánimo y el contexto, para interpretar un indicio es importante conocer los elementos de la situación en la que se produce. No se interpreta igual que alguien cante en una fiesta o en medio de una conferencia.
Por último, y también de gran influencia en la forma que percibimos a otra persona, está la atribución causal que hagamos. Se trata de la inferencia que hacemos sobre las causas de la conducta del otro para así definir sus tendencias. Si se recibe un halago, no se contabiliza igual si se piensa que la causa de dicho comportamiento es recibir una recomendación para un puesto de trabajo, que si se atribuye a un intento de hacernos sentir bien.