(Des)ordena tu vida
Entre ser ordenado o desordenado parece lógico que lo deseable sea el orden, pero en esto, como en otras muchas cosas de la vida, 'en el punto medio está la virtud', tal y como versa la sabiduría popular.
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Ser ordenado de forma obsesiva condiciona mucho la vida de una persona, llega a interferir en su vida por la cantidad de tiempo que le ocupa y el sufrimiento que le genera. A su vez, el desorden extremo paraliza, ya que supone que para manejarse en el caos se necesite una inversión de tiempo y esfuerzo que se resta de las tareas diarias que deberían ser atendidas.
Se aprende a ser ordenado, es un hábito que se adquiere normalmente en la infancia y en el ambiente familiar. Algunos niños lo adquieren con mayor facilidad que otros, y el ejemplo que reciben de sus padres afecta a ese aprendizaje. Cuando el niño crece en un hogar ordenado, ve a sus padres cuidar la armonía que resulta de ese orden y se le implica progresivamente, normalmente será un adulto con un cierto orden en su entorno y en su mente.
Las ventajas de mantener un cierto orden son muchas, no sólo la accesibilidad y el ahorro de tiempo para manejar lo cotidiano, tener las cosas organizadas también favorece la sensación de control, seguridad, y reduce el estrés. Esto se consigue con voluntad y con rutinas sistemáticas para controlar el desorden que se produce de vez en cuando.
Pero el orden no sólo está ligado a la limpieza y el aseo. Se pueden ordenar las cosas por colores o tamaños y mejorará la estética, pero cuando se necesiten no será fácil acceder a ellas, porque el criterio con el que se han guardado tiene poca relación con su uso.
La clave está en mantener las cosas organizadas en función de la importancia que tienen para cada uno, del uso que se les da y de cuánto y cuándo se van a necesitar. No existe un único criterio de clasificación, se trata de una cuestión de eficiencia más que de limpieza y pulcritud.
EL DESORDEN ORDENADO
Algunas personas mantienen un ‘desorden ordenado’ en sus vidas. Son aquellos que, aunque aparentemente tienen todo desordenado, pueden encontrar y acceder a todo lo que necesitan con una cierta rapidez y sin apenas esfuerzo. A veces el caos les sobreviene cuando deciden ordenar sus cosas o alguien se las ordena, a partir de ese momento es cuando ya no consiguen recordar en qué lugar las tienen.
Para que las cosas estén ordenadas deben tener un lugar dónde ser colocadas y esto implica un ejercicio constante de toma de decisiones sobre qué cosas guardar y cuáles no. Esto no es una tarea fácil, la tendencia a acumular objetos es bastante habitual, tanto los objetos que hace mucho tiempo que no se usan como los de reciente adquisición que no se sabe muy bien para qué se van a usar.
Esta tendencia puede romper el equilibrio necesario entre el espacio disponible y el volumen de objetos que se pretende conservar.
PROCRASTINACIÓN, O DEJAR LAS COSAS PARA MÁS TARDE
Otro gran enemigo del orden es la procrastinación, es decir, la costumbre de postergar acciones o actividades que deben realizarse por otras más agradables y normalmente irrelevantes. Cuándo no se sabe dónde colocar alguna cosa se la suele dejar ‘de manera provisional’ en algún lugar inadecuado, y allí permanece por un largo periodo de tiempo.
Lo que está en la base de estas conductas es el miedo a no tomar una decisión adecuada, a ser imperfectos. Revisar recurrentemente la lista de posibles catástrofes si no se decide correctamente genera miedo y paraliza. Para controlar este efecto es conveniente autoimponerse el hacer las cosas en el momento y hacerlas de una en una.
Plantearse pequeños pasos facilitará la tarea, si el desorden es grande nos abrumará y lo dejaremos para otro momento, en cambio si nos proponemos guardar dos cosas probablemente sí que lo haremos.
ORDEN OBSESIVO
Pero el orden llevado al extremo pierde todas estas virtudes y puede convertir la vida en un constante sufrimiento. La manía por el orden puede ser patológica e impedir el normal desarrollo de las actividades cotidianas como llegar a tiempo al trabajo o realizar adecuadamente la mayor parte de responsabilidades diarias.
Esto ocurre cuando ‘se necesita’ realizar ciertas conductas de forma compulsiva, en un orden rígido y, si ello no es posible, se sufren altos niveles de ansiedad. En estos casos es necesaria la consulta a un especialista en salud mental.