¿Qué es la inteligencia emocional y para qué sirve?

Descubre todo acerca de la inteligencia emocional en este post: su definición, beneficios y aplicaciones prácticas. ¡No te pierdas nada de este fascinante tema!

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A menudo, asociamos la inteligencia con la comprensión de conceptos o con habilidades relacionadas con el razonamiento. Sin embargo, esta inteligencia no es la única que existe. En los últimos años la inteligencia emocional se ha ido convirtiendo en un término cada vez más usado. Pero ¿qué es la inteligencia emocional? Vamos a verlo.

Definición de inteligencia emocional

Hay que conocer la definición de inteligencia emocional para comprender lo que es y para qué sirve. La inteligencia emocional se define, así, como la capacidad de reconocer y comprender las emociones en uno mismo y en los demás. En general, las personas que tienen un alto grado de inteligencia emocional saben lo que sienten y lo que significan sus emociones, y también cómo estas pueden influir o afectar a otras personas. 

Recordemos que las emociones, esas sensaciones o sentimientos intensos producidos por estímulos (un hecho, una idea, un recuerdo…), pueden ser agradables o desagradables. Todas, eso sí, son necesarias para nuestra supervivencia y adaptación al medio en el que vivimos. Sentir una emoción (miedo, alegría, tristeza, rabia…) es inevitable; es más, lo más recomendable es no reprimirla, sino dejarnos invadir por ella y gestionarla de manera consciente, correcta y saludable. Y sobre esto último tiene mucho que decir la inteligencia emocional.

El psicólogo estadounidense Daniel Goleman, uno de los artífices de la inteligencia emocional, resume cinco elementos clave cuando hablamos de este concepto. Son los siguientes: 

  • Autoconciencia. Es la capacidad de reconocer los propios sentimientos y emociones.
  • Autorregulación. Se centra en el manejo de nuestras emociones y nuestra adaptación a distintas situaciones.
  • Motivación. Las personas con inteligencia emocional se caracterizan por tener una gran fuerza de voluntad. El optimismo es un requisito imprescindible para alcanzar nuestros objetivos. 
  • Empatía. Se define como la capacidad de ponerse en el lugar de otra persona. 
  • Habilidades sociales. Supone relacionarse con personas de nuestro entorno para buscar no solo el propio beneficio, sino también el de los demás.

Llegados a este punto, puede que te estés preguntando cómo gestionar las emociones; la respuesta es la misma que si fuera otra habilidad. La inteligencia emocional se puede entrenar. Y es que, aunque no todo el mundo nace con las mismas capacidades (dependen de factores como la genética o la crianza), sí existen consejos que se pueden poner en práctica para trabajar la inteligencia emocional. 



¿Cómo desarrollar la inteligencia emocional?

Para saber cómo desarrollar la inteligencia emocional solo tenemos que poner en práctica los siguientes consejos. ¡Apunta!

  • Autoevaluación. Si queremos conocernos bien, tenemos que reflexionar sobre nuestras fortalezas y debilidades. Para ello, tenemos que reconocer nuestros puntos de mejora y procurar ponerlos en práctica en las interacciones sociales. 
  • Identificación. Ponerle nombre a lo que sentimos y tratar de entender cómo ha surgido resulta clave. También hay que detectar los detonantes: eso que nos lleva a reaccionar de determinada manera en ciertas situaciones. Si sabemos cuáles son estas circunstancias, podremos entrenarnos para manejar mejor nuestras emociones. 
  • Estrategia. Si tenemos herramientas de regulación a nuestro alcance será más sencillo regular nuestras emociones. Podemos utilizar la respiración, la meditación, el movimiento… Eso sí, es importante ir trabajando en estos recursos antes de que se presente una situación complicada para saber exactamente cómo llevarlos a cabo. El objetivo es aprender a controlar lo que sentimos de la forma más sana posible.
  • La respiración abdominal, por ejemplo, es una buena manera de hacerlo; para ello, solo tendremos que inspirar profundamente mientras contamos mentalmente hasta cuatro, mantener la respiración mientras contamos de nuevo hasta cuatro, y soltar el aire despacio mientras llegamos al ocho. Si nuestro abdomen sube y baja con cada movimiento, lo estamos haciendo bien. 
  • Comunicación. Comunicar nuestras emociones nos puede ayudar mucho; y a la inversa: cuando una persona nos cuente algo, no nos debemos limitar a esperar nuestro turno para hablar; puede ser un buen momento para demostrarle, con el lenguaje corporal, que estamos presentes en la conversación. 
  • Responsabilidad afectiva. Aunque no sea nuestra intención, a veces nuestras acciones pueden impactar negativamente en los demás. En caso de que cometamos un error y dañemos las emociones de alguien, debemos pedir perdón de manera directa y buscar formas de mejorar la situación. Hay que ponerse en el lugar de la otra persona y buscar soluciones, ya sea hablando las cosas o alcanzando acuerdos. 
  • Relativizar. Es difícil, pero debemos intentar pensar más allá cuando estemos desbordados. En estos casos, no solemos ver ni a corto, ni a medio ni a largo plazo; pero hay que procurar racionalizar que la vida sigue, que pasarán horas, días y semanas, y que probablemente superaremos eso que nos está afectando. 
  • Tiempo. Trabajar la inteligencia emocional es un proceso para toda la vida. Y a lo largo de esta iremos aprendiendo más sobre nosotros, sobre cómo nos relacionamos o cómo son nuestras emociones. 
  • Pedir ayuda. Cultivar la inteligencia emocional no es una tarea fácil, y puede haber situaciones complejas que interfieran en nuestra capacidad de regular las emociones. Si es nuestro caso, una buena idea es pedir ayuda profesional para que nos aconsejen sobre cómo desarrollar nuestra inteligencia emocional.

La inteligencia emocional, en última instancia, nos hará vivir más felices con nosotros mismos y con los demás. Debemos tenerlo en cuenta.