¿Superación o sobreexigencia?
¿Eres de los que nunca están satisfechos con lo que consiguen? ¿Te exprimes al máximo en todas las facetas de tu vida? ¿Te sientes frustrado si no consigues el mejor resultado? La línea que separa la superación de la sobreexigencia es difusa. Te damos algunas pautas para aprender a reducir la presión y encontrar un camino intermedio para conseguir tus metas.
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Tener afán de superación y querer ir a más y aspirar a prosperar siempre es positivo y aprovechar las oportunidades para conseguir mejorar es una buena forma de hacerlo. Pero, esto no debe suponer una actitud perfeccionista e hiperexigente.
Superarse y progresar no implica necesariamente obtener el mejor resultado, debe incorporar la aceptación de los errores y de las equivocaciones como parte del proceso, no cómo un fracaso. No debe suponer una autoexigencia máxima en todas las facetas de la vida: académica, familiar, profesional, deportiva, etc.
¿POR QUÉ NOS EXIGIMOS TANTO?
Se busca tener el mejor expediente académico de la promoción, destacar en el deporte, escalar hasta el equipo directivo en el puesto de trabajo, estar en forma manteniendo una imagen jovial y conciliar todas estas actividades con una dinámica familiar exitosa.
La sociedad actual impone altos estándares de rendimiento, empuja a hacer las cosas de forma rápida, eficaz, siendo lo más productivos y eficientes posible. Valora, sobre todo, la excelencia, premia al que consigue destacar y genera una sensación de fracaso alrededor de otros resultados menos llamativos, aunque no sean malos.
Superarse y progresar no implica necesariamente obtener el mejor resultado.
Se busca destacar porque al que lo consigue se le proporciona mucho reconocimiento, y porque el que no lo consigue es el perdedor. Esto aboca a un estilo de vida con interminables horarios repletos de actividades en las que hay que ser el mejor.
Esta actividad frenética es el camino hacia lo imposible, hacia lo inalcanzable. De esta forma es fácil sentirse deprimido y ansioso, ya que al poner el foco sobre los resultados excepcionales y despreciar los logros intermedios, la presión emocional con la que se vive no hace más que ir en aumento.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Es conveniente parar de vez en cuando y reflexionar sobre si se disfruta de la vida o, por el contrario, se es hiperexigente con uno mismo y con los demás. Hay que aprender a diferenciar la exigencia sana de la insana. Se puede decir que es momento de reformular las metas cuando:
• Se realiza un sobreesfuerzo constante hasta conseguir el objetivo.
• No se valora el coste personal y emocional que supone, ni su proporción.
• No se permiten fallos ni equivocaciones.
• Se necesita proyectar una imagen de persona triunfadora.
• Se rechazan o intentan esconder las propias vulnerabilidades.
• No se da permiso para parar de vez en cuando.
• Se quiere que todos se comporten como uno considera que es correcto.
Es conveniente tener presente que si se vive obsesionado por el éxito final y por superar a los demás, esta presión puede hacer bajar el rendimiento además de no dejar disfrutar de los procesos.
4 PASOS PARA CONTROLAR LA AUTOEXIGENCIA
• Observarse
Aprender a reconocer señales y síntomas que informan de la presencia de presión emocional y reconducir los objetivos propuestos.
• Priorizar
Ser consciente que los tiempos y las fuerzas son limitados y, por tanto, hay que establecer una jerarquía con los objetivos a conseguir.
• Tomar decisiones
Admitir que no se poseen las mismas habilidades para todas las actividades, elegir los proyectos y metas en función de la importancia que tengan para cada uno y determinar un tiempo específico para conseguirlos.
• Entrenar la autocompasión
La realización personal debe incluir además de alcanzar objetivos concretos, el vivir feliz y disfrutar de lo conseguido. Es necesario ser comprensivo con uno mismo, con sus habilidades y también con sus limitaciones, buscando ese equilibrio y permitiéndose cometer fallos.